martes, agosto 19, 2014

La flor, la espina y el chinche

Color de sol caliente de verano y forma de flor de cuento. Tan grande como una uña y a la vez tan puntiagudo como la espina de la rosa que mató al ruiseñor. Seis son los pétalos que adornan su cara, pero están hechos con descuido, con el descuido que se hacen las cosas que no importan mucho. Las cosas que van al último.

Por arriba ves una flor y por abajo una espina, como la mezcla justa entre lo dulce y lo amargo. Si lo miras de cerca hasta te recuerda al hongo que da vida en Mario Bross. Pero este no es un hongo y no da vida. Lo que sí da es cierta pena. Pena porque solo hay uno, uno solo contemplando el mundo desde la ventana de mi habitación. ¿Quién lo olvidó? ¿Fue a propósito o sin querer?

Está un poco chancado, como la mayoría de nuestros corazones cuando llegamos a los veinte años. Pero al igual que nuestros corazones, no pierde la hermosura que le da ser lo que es. Dañado y solo, se rehúsa al olvido. Se aferra al espacio en donde está y no lo mueven ni las mil cosas que he puesto encima, ni las otras mil que he puesto al lado.

Descuidado, chancado y chueco. Este chinche no mide más de dos centímetros y se aferra más a su espacio que muchas personas que he conocido. 
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Este texto lo hice para una clase de Estilo periodístico. La tarea era describir lo más chiquito que vieras y desde hace días ese chinche estaba en la ventana de mi cuarto y por floja no lo movía. Sirvió. No quise que el texto se perdiera así que lo puse acá.

Pero lo que sí se perdió fue el chinche. Lo busqué como loca desde que regresé de la universidad y no lo vi más. Esperemos que sea la noche la que no me deja ver bien y que mañana esté en la ventana, el lugar de siempre.