Color de sol caliente de verano y
forma de flor de cuento. Tan grande como una uña y a la vez tan puntiagudo como
la espina de la rosa que mató al ruiseñor. Seis son los pétalos que adornan su
cara, pero están hechos con descuido, con el descuido que se hacen las cosas
que no importan mucho. Las cosas que van al último.
Por arriba ves una flor y por
abajo una espina, como la mezcla justa entre lo dulce y lo amargo. Si lo miras
de cerca hasta te recuerda al hongo que da vida en Mario Bross. Pero este no es
un hongo y no da vida. Lo que sí da es cierta pena. Pena porque solo hay uno, uno
solo contemplando el mundo desde la ventana de mi habitación. ¿Quién lo olvidó?
¿Fue a propósito o sin querer?
Está un poco chancado, como la
mayoría de nuestros corazones cuando llegamos a los veinte años. Pero al igual
que nuestros corazones, no pierde la hermosura que le da ser lo que es. Dañado
y solo, se rehúsa al olvido. Se aferra al espacio en donde está y no lo mueven
ni las mil cosas que he puesto encima, ni las otras mil que he puesto al lado.
_________________________________________________________________
Este texto lo hice para una clase de Estilo periodístico. La tarea era describir lo más chiquito que vieras y desde hace días ese chinche estaba en la ventana de mi cuarto y por floja no lo movía. Sirvió. No quise que el texto se perdiera así que lo puse acá.
Pero lo que sí se perdió fue el chinche. Lo busqué como loca desde que regresé de la universidad y no lo vi más. Esperemos que sea la noche la que no me deja ver bien y que mañana esté en la ventana, el lugar de siempre.