Verán, a mi
mejor amiga y a mí nos encanta ver películas; de hecho, es una de las cosas que
más hacemos. El tema es que siempre terminamos viendo películas malísimas (y me
refiero a MALÍSIMAS con negrita y mayúsculas), de temática floja como las típicas gringas
sobre una reina de graduación o esas de terror que desde que empiezan ya sabes
cómo va y sientes pena por las actuaciones tan malas.
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Y eso me hizo
pensar en que la vida va un poco de esa manera. La verdad es que no siempre
vamos a “ver una buena película” con grandes actores y una trama interesante.
Es decir, no siempre vamos a estar donde queremos y haciendo lo que queremos.
No siempre vamos a tener la compañía que quisiéramos o el trabajo que anhelamos.
Pero la pregunta es si vamos a dejar que eso nos impida disfrutar lo que
estamos viviendo. Si vamos a optar por lamentarnos y compadecernos de nuestra “pobre
y sufrida vida” o nos agarraremos bien los pantalones dispuestos a meterle
algunas risas a nuestro día a día.
Creo que al
final de todo no va a importar cuántas películas buenas viste, sino cuántas
(buenas, malas, comedias, terror, etc.) disfrutaste realmente. En cristiano, no
va a importar si viviste las mejores experiencias, fuiste a los mejores lugares
y te rodeaste de las personas más bacanes del mundo, sino cuánto te esforzaste
por sacar lo mejor de aquello que te tocó vivir, cuántas sonrisas soltaste en
medio de los problemas, en fin, cuán feliz fuiste.
Abrazos,
Johanna.