Te extraño, viejo.
Lo cual es un toque raro, porque nos vemos una vez a la semana – o por
lo menos lo intentamos. Te extraño cuando te hablo y me doy cuenta de que no me
estás prestando atención. Te extraño cuando de repente mi historia se puso muy
larga y me cortas y empiezas a hablar de otra cosa.
Te extraño cuando intento contarte algo y tu atención se centra en mi
medio hermano. Sí, ya sé, viejo. Ya estoy grande para andar poniéndome celosa
de esas cosas. Y creo que simplemente es por el hecho de que él vive contigo y yo
no. Pero no me malinterpretes, igual lo quiero.
Te extraño y en todo este asunto de hacerlo, lo más irónico es que
comprendo por qué lo hago. Sé que te sacas la mugre trabajando para que no me
falten cosas. Sé que atiendes llamadas 24/7 y que por eso a veces no puedes
seguir el hilo de lo que te estoy contando.
Sé que muchas veces no me contestas las llamadas o me cortas apurado porque
justo llamé cuando alguno de tus jefes te reclamaba por algo que no salió a
tiempo. Sé también que en innumerables oportunidades terminas supervisando
proyectos de madrugada y por eso te quedas dormido cuando intentamos ver una
película juntos.
Sé todas esas cosas, viejo. Y agradezco que, aunque sea a duras penas
intentes mantenerte al tanto de lo que pasa en mi vida. Agradezco que me
preguntes cómo estoy a pesar de que a veces ni siquiera te quedes a esperar la respuesta. Agradezco que te saques la mugre por mí y que intentes, a tu manera,
hacerme feliz.
Y aunque te sigo extrañando, te comprendo y te acompaño. Gracias por
hacer este esfuerzo desde hace casi 20 años. No eres perfecto pero sigues siendo mi viejo y te amo.
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Mi papá no sigue mi blog así que probablemente no lo lea pero no sé por qué me sentí con ganas de escribir esto hoy. Ha sido un día intenso y acompañé a mi viejo a resolver una crisis que tuvo en el trabajo.
Y bueno, nada... probablemente sea lo más feeling que he escrito en lo que va del 2013... y fácil en la historia de todo el blog.
Abrazos,
Johanna.