Patricia Siancas no se considera a sí misma una mujer rara. Siempre ha sido una fanática irremediable de los tallarines rojos, pero hubo una etapa de su vida en la que su plato favorito era simplemente la tierra de jardín. Rica y húmeda tierra de jardín.
Patty solía sentarse en el
jardín de su casa en el distrito de Chorrillos, acomodarse de tal forma que no
le molestara la panza y escarbar en la tierra hasta encontrar una parte libre
de bichos y piedras. Metía el dedo índice en el hueco que había hecho y se
llevaba a la boca un poco del suculento y natural manjar. Comía la toda la
marga que su dedo le permitiera sacar, que no era mucha, pero lo hacía
repetidas veces en el día.
Esto no solo tenía lugar en su domicilio, el jardín
de la casa de su madre también era profanado un par de veces al día cuando ella
estaba ahí.
Siempre durante la mañana o en
las primeras horas de la tarde, y ante la mirada atónita y protestas de
Guadalupe, su madre, y de Manuel, su esposo, a quien todos llamaban Manolo.
Ambos intentaban detenerla con argumentos y peticiones de todo tipo: Que
cuidado con la bebé, que eso tiene microbios, que te puedes caer, ¡por el amor
del Señor, deja de comer tierra! A lo que ella, firme en su decisión, solía
responder: “Es como cuando te provoca un chocolate o una bebida, la quieres en
el momento” y retomaba su extraña faena.
A Patty, las insaciables ganas
de comer tierra le duraron solo un par de meses. Porciones más grandes de
pollo, papayas y sandías enteras, y de vez en cuando un poco de carne cruda
picada, fueron reemplazando el singular capricho y al final de los nueve meses
había engordado 28 kilos.
¿Habrá afectado en algo a su primogénita el extraño
antojo? ¿Habrá heredado el deseo de comer un poquito de tierra de vez en
cuando?
Veinte años más tarde puedo
decir que no. Nací sin ninguna enfermedad y como cualquier otro ordinario bebé.
Hasta el momento, nunca he tenido un acercamiento tan peculiar con la tierra
como el que tuvo mi mamá cuando me llevaba en el vientre. Pero quizás esos
repentinos antojos por la greda fueron lo que hicieron que yo saliera tan
ecologista.
Johanna.
Johanna.
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