miércoles, octubre 01, 2014

Antojos de embarazada

Patricia Siancas no se considera a sí misma una mujer rara. Siempre ha sido una fanática irremediable de los tallarines rojos, pero hubo una etapa de su vida en la que su plato favorito era simplemente la tierra de jardín. Rica y húmeda tierra de jardín.


Patty solía sentarse en el jardín de su casa en el distrito de Chorrillos, acomodarse de tal forma que no le molestara la panza y escarbar en la tierra hasta encontrar una parte libre de bichos y piedras. Metía el dedo índice en el hueco que había hecho y se llevaba a la boca un poco del suculento y natural manjar. Comía la toda la marga que su dedo le permitiera sacar, que no era mucha, pero lo hacía repetidas veces en el día. 
Esto no solo tenía lugar en su domicilio, el jardín de la casa de su madre también era profanado un par de veces al día cuando ella estaba ahí.

Siempre durante la mañana o en las primeras horas de la tarde, y ante la mirada atónita y protestas de Guadalupe, su madre, y de Manuel, su esposo, a quien todos llamaban Manolo. Ambos intentaban detenerla con argumentos y peticiones de todo tipo: Que cuidado con la bebé, que eso tiene microbios, que te puedes caer, ¡por el amor del Señor, deja de comer tierra! A lo que ella, firme en su decisión, solía responder: “Es como cuando te provoca un chocolate o una bebida, la quieres en el momento” y retomaba su extraña faena.

A Patty, las insaciables ganas de comer tierra le duraron solo un par de meses. Porciones más grandes de pollo, papayas y sandías enteras, y de vez en cuando un poco de carne cruda picada, fueron reemplazando el singular capricho y al final de los nueve meses había engordado 28 kilos. 
¿Habrá afectado en algo a su primogénita el extraño antojo? ¿Habrá heredado el deseo de comer un poquito de tierra de vez en cuando?

Veinte años más tarde puedo decir que no. Nací sin ninguna enfermedad y como cualquier otro ordinario bebé. Hasta el momento, nunca he tenido un acercamiento tan peculiar con la tierra como el que tuvo mi mamá cuando me llevaba en el vientre. Pero quizás esos repentinos antojos por la greda fueron lo que hicieron que yo saliera tan ecologista.

Johanna.

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